Tengo 30 años. En teoría, y según dicen los expertos de esto, estoy en la cúspide de mi carrera. En lo más alto después de años de dura formación. Trabajo en marketing digital y redes sociales, lo que suena emocionante hasta que descubres lo que significa realmente: estar siempre conectado, todo el tiempo. Porque vivimos bajo esta tiranía. Es así y no me cuesta decirlo.
Os voy a contar un poco cómo es mi vida, o mejor dicho, cómo era. Dormía con el móvil en la almohada. Algo que puede ser una tontería pero que cada vez más gente, y sobre todo los adolescentes, hacen. Contestaba mensajes de trabajo a las 3 de la mañana. Me despertaba revisando métricas, incluso me quedaba dormido repasando campañas. Me pongo a pensar y la verdad es que no pensaba en otra cosa: mi vida se resumía a notificaciones, likes, comparaciones, y eso al final supone estrés, mucho estrés. Para muchos la gran enfermedad y pandemia del siglo XXI, por encima de la del coronavirus.
Recuerdo una tarde especialmente tremenda y que creo que fue la que cambió todo en m vida. Estaba en una videollamada, respondiendo un correo en otra pantalla, mientras por el móvil coordinaba una publicación urgente para un cliente que, por supuesto, «no podía esperar». De repente levanté la cabeza y me di cuenta de que llevaba tres días sin ver el cielo. Tres días, encerrado en casa y solo contestando cosas del trabajo y devorado por la tecnología.
Fue entonces cuando algo se encendió en mi vida. Sí, de nuevo la tecnología venía a mí. Ya no sabía si lo que sentía era ansiedad, fatiga crónica o simplemente vacío, pero tenía que tomar una decisión. Y es que la tecnología es algo que adoro, y que soy de los que pienso que ha venido a nuestras vidas para mejorarla, pero como suele pasar en todas estas cosas, en su justa cantidad. A todos nos gusta el marisco, pero si te comes todos los días un par de kilos, vas a acabar por reventar, pues algo parecido ocurrido con esto. Por eso os digo que considero que la tecnología es un mal necesario, pero del que se puede salir.
La solución
Una amiga, la única que aún me hablaba por fuera de los chats, me habló de una escuela de meditación y mindfulness cerca de casa que se llamaba Escuela de Crecimiento. Al principio, me reí. Yo, el estratega digital, el que vivía con un smartwatch midiendo su frecuencia cardíaca, no necesitaba «sentarse a respirar». O eso pensaba, pero como os digo, algo dentro de mí me dijo que tenía que parar, o al menos, frenar.
Recuerdo que la primera clase fue algo incómoda. Sentarme sin hacer nada era un acto que hacía mucho tiempo que no pasaba por mi cuerpo ni por mi cabeza. Al cerrar los ojos y simplemente estar, sin rendimiento, sin KPI’s, sin scroll infinito, sentí que recuperaba algo que no sabía que había perdido, el sentirme yo. Y eso que no fue nada fácil desconectar, porque a mi cabeza llegaba todo mi trabajo y mi tensión.
Las semanas siguientes fueron lo mejor. Poco a poco fui aprendiendo a observar mis pensamientos sin reaccionar. A sentir mi cuerpo. A caminar sin mirar una pantalla, que es algo que parece fácil pero que en mi vida no lo era. A comer con atención. Incluso a aburrirme, lo que resultó ser una bendición. Recuerdo que hace años mi madre me decía que el mejor juego era aburrirme, y la verdad es que 20 años después me di cuenta de que así era. Creo que comienzas a ser feliz cuando te das cuenta que eres capaz de aburrirte en tu vida.
Por supuesto que no dejé mi trabajo, además de que es mi forma de vida, también es por lo que había luchado durante mucho tiempo y mis padres habían hecho un gran esfuerzo económico. Pero, en este caso, transformé mi relación con él. Puse límites. Apagué notificaciones y recuperé los fines de semana, y posteriormente, ya con la base puesta, lo que hice fue recuperar mi vida.
Hoy, aún uso tecnología, claro y lo seguiré haciendo. No soy un ermitaño. Pero ya no me domina. Ya no mido mi valor por seguidores ni likes. Cada vez que veo que puedo recaer, no hay nada como una sesión de meditación y mindfulness con grandes profesionales para salir adelante. Algo muy recomendable.